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REFLEXIÓN DE SENSATEZ.

En esta vida reconocer un error es muy difícil. Cuando este desliz es provocado por una adicción, socialmente normalizada, aún más.

Nunca sabré cómo pude elegir este traicionero néctar para intentar evadirme del mundo; cómo pude pensar que sumirme en una nube etílica podría borrar todo un cúmulo de problemas; cómo no pude ver que el alcohol me ahogaba en mis propias penas para sumirme después, en un letargo infernal que controlaba mi razón y mi vida.

No me daba cuenta que jugar con el destino, a consta de un instante de euforia y evasión, iba a marcar a fuego mi vida y condicionarme para el resto de mis días.

Me acomodé en un estado que nada tenía que ver con la realidad, construyendo un cerco que no podía franquear ni yo misma; creando un círculo vicioso de euforia y sopor que me mantenía viva en apariencia, pero muerta en el alma.

Ni tan siquiera acorralada, con un pie en el fango y otro al borde del abismo, fui capaz de reconocer que el alcohol estaba minando mi vida, tal vez en un intento desesperado de lograr dar un gran salto yo sola y poder vencer así lo que yo creía que era, un bache en el camino y poder convertirlo en un pesaroso recuerdo.

 

Pero necesité hundirme más para encontrar un segundo de cordura que me empujara a pensar, en tan sólo una milésima, que había cruzado la línea de la sensatez y buscar una mano milagrosa que me ayudara a salir de la miseria.

Me refugié en ese instante y marqué sin pensarlo, un número que guardaba tan sucio como mi vida y tan arrugado como mi corazón, en el fondo de la cartera; una llamada que, sin yo saberlo, iba a cambiar para siempre, un futuro que ya daba por perdido.

No creía, ni quería creer; no escuchaba, sólo reprochaba. Ahora me doy cuenta que mi mente, nublada por el alcohol, era incapaz de discernir entre la vida real y la que yo me había creado.

Reconocí y comencé a escuchar. Me atraganté con orgullos y vergüenzas. Volqué hacia adentro mi ira y volteé la piel, dándole la vuelta a todo para buscar un nuevo comienzo. 

Mi vicio inconfesable, por fin se había convertido en un secreto a voces que desde hace mucho tiempo luchaba por salir a gritos y que yo reprimía, con la intención de evitar que las personas que quería, compartieran mi sufrimiento.

Ahora tengo ante mí una línea recta; un camino tortuoso que tengo que seguir para no tropezar de nuevo; para no desviarme y volver a perderme en los abismos de la sin razón en la que me vi sumida por un consumo descontrolado y destructivo.

Con el lastre de la culpa y la mochila llena de remordimientos, camino hacia delante, despacio y firme, para recuperar una vida, que olvidada por los efluvios del alcohol, creía ya perdida.

 

 

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